Estaba esperando mi turno en la consulta de mi
odontólogo. Sacando toda mi paciente resignación ante el hecho de tener que
respirar a través de aquella incómoda y torturante mascarilla. No podía callar
mis pensamientos que se extendían de forma tirana, enlazados unos con otros
tras mis breves miradas a los rostros del resto de los pacientes, que al igual
que yo esperaban su turno, pero para otras consultas diferentes a la mía. Para
mí, aquellas caras ocultas tras el impuesto bozal; no eran más que un patético
reflejo de la docilidad y sumisión irreflexiva de la raza humana.
Hice la prueba de bajarme la mascarilla un momento
a ver qué pasaba; recibí no una, sino unas cuantas miradas de reproche o ira
mezclada con miedo. Me subí de nuevo el bozal, y seguí pensando, esta vez para
autoanalizar la posibilidad de estar juzgando a esas personas, me pregunté ¿Me
estoy sintiendo superior o más lista que ellos? ¿Les estoy mirando como tontos?
Mi móvil sonó.
―Hola Pedro.
―Hola Otraocy,
qué tal estas. ¿Cómo tienes el día hoy? Que te parece si tomamos café juntos
después de comer, a eso de las 16:00, en la cafetería donde estuvimos la última
vez con Trínity.
―Pues está bien, sí puedo, ahí nos vemos.
Pedro se había convertido en otro amigo de
conversaciones reflexivas, lo conocí por medio de Trínity, de vez en cuando
quedábamos los tres, a veces solo él y yo. Hoy también había sido invitada a
comer por mi hermano; hacía meses que no le veía debido a las restricciones de
la actual "pandemia planetaria". Era el cumpleaños de mi sobrino, así
que habíamos quedado en un restaurante para comer juntos, el chico cumplía doce
años.
Reunidos y sentados ya en el restaurante, con las
cartas en las manos; mi sobrino me hizo la siguiente observación.
―¿Tía eres una imprudente?
―¿Yo, por qué?
―Porque te has bajado la mascarilla y aún no
estamos comiendo.
―Ese es mi chico, un hombrecito muy responsable.
«Dijo mi cuñada».
Levanté la mirada, ahí estaban los tres delante de
mí con sus mascarillas puestas. Hice una pausa, no reaccioné como tantas otras
veces, defendiendo mis posturas, iniciando un debate, obviamente no con el
niño, sino con sus padres; mi hermano y su mujer.
―¿Estás seguro de que la mascarilla nos protege
del virus?
―Sí.
―¿Por qué te lo aseguran tus padres, cierto? ¿Y a
ellos se lo cuentan "unos expertos por la tele", ¿sí?
―Otraocy...
Mejor cambiemos de tema. «Dijo mi hermano con el ceño fruncido».
―¡No, yo quiero oír a la tía! Es mi cumpleaños y
elijo que hable.
Los tres adultos nos lanzamos miradas, y mi cuñada
y mi hermano asintieron con sus hombros en actitud de resignación. No podía
callarme; en algún momento del futuro, cuando mi sobrino recordase este día,
querría que pensase que había otras ideas en relación con el caos, a la
manipulación, y desinformación sistemática en la que la humanidad estaba siendo
sumergida, o por lo menos una grandísima parte de la misma. También dejarle sembrada
la inquietud de atreverse a razonar más allá de razones impuestas como verdades
para el consumo de las masas; a quienes se les considera incapaces de darse
cuenta. Estigmatizando también como peligrosos a cualquiera que pretenda
alertarles sobre el engaño, y la inducción cognitiva a lo cual son sometidos
día tras día. Tuve la sensación de entrar en una especie de burbuja en la que
estábamos sólo el niño y yo...
―Sabes... Unos científicos de Dinamarca, acaban de
publicar un estudio sobre la ineficacia de las mascarillas contra la nombrada
pandemia.
―¿Sí tía?
―Las moléculas del virus son muchísimo más
pequeñas que los poros del material de las mascarillas. Pongamos un ejemplo, si
tú estuvieses preso en algún lugar en contra de tu voluntad, y un día miras que
han puesto una verja, cuyos barrotes están tan separados que pueden pasar entre
ellos muchísimos prisioneros al mismo tiempo, ¿Qué harías?
―Pues huir de allí, tía. Pero si la mascarilla es
muy, muy buena, quizás sí que sirva. Nosotros llevamos de las mejores, mira, la
mía que buena es.
―Pues en ese caso te voy a poner otro ejemplo...
Veamos... ¿Tienes gafas de sol? Venga póntelas y respira. ¿Qué pasa?
―Que se empañan y me arden los ojos.
―Sí, arden los ojos porque se exhala dióxido de
carbono. Pero lo que quiero que observes es que el aire sale por la vía de
menor resistencia, o sea por las rendijas de la mascarilla, hacia arriba y
hacia los lados. Mira otro ejemplo. «Cogí una de las velas de la tarta de
cumpleaños, la encendí y le invité a que la apagase soplando a través de la
mascarilla».
―Ja, ja, no se apaga.
―¿Y a dónde ha ido a parar todo ese aire que has
soplado? Por algún lado ha salido ¿No? Otra vez el aire ha buscado la salida de
menor resistencia. Pues fíjate, cuando inhalamos, una parte del oxígeno del
aire que pasa a la sangre se transforma en agua, y cuando exhalamos, una parte
de ese aire es vapor de agua. O sea, que salen de nuestra nariz mezclados con
ese aire de unos quince a veinte gramos de agua por hora de respiración. Ya has
visto que dicho aire siempre sale, al igual que esas minúsculas gotitas de
vapor de agua, así que ¿De qué sirve una mascarilla? Ese vapor de agua irá a la
atmósfera igualmente.
―Mira, mira, para el rollo ya, no me le comas al
crío el coco con tus conspiranoias.
«Gruñó mi hermano; era la única manera que tenía para comunicarse».
Conspiranoicos, así nos llamaban a quienes nos
atrevíamos a razonar, cuestionar y pensar diferente. Pero no me lo tomé como un
insulto, no como otras veces, no sentí enfado, ni tuve la necesidad de
defenderme. Miré a mi sobrino, le guiñé un ojo, puse un dedo en mis labios en
señal de silencio. El chico me devolvió el gesto en actitud de cariñosa
complicidad.
Había dejado de sentirme el bicho raro de la
familia, había aceptado mi condición innata, no con arrogancia ni sentido de
ser especial o superior. Tampoco había la tendencia de querer sermonear a
otros, ni debatirles sus puntos de vista cuando no tenían ningún interés por
saber otra cosa distinta, o escuchar otra versión, sencillamente, porque no les
nacía y nunca les había nacido alguna inquietud contraria a la versión oficial
de cualquier aspecto de la vida, llámese ciencia, cultura, religión, educación,
normas sociales, costumbres, relaciones personales, etc.
La comida de cumpleaños prosiguió tranquilamente,
mientras mi sobrino abría sus regalos, contemplé a sus padres con una actitud
de neutralidad poco habitual en mí, y que comenzaba a instalarse como formato
ante mis interacciones con cualquier persona, libre del lastre emocional que
suele empañar o distorsionar toda realidad.
Había aceptado el hecho de haber nacido con un
sistema espiritual inmune, que a partir de la adolescencia me llevó a rechazar
la visión ilusoria del mundo, inculcada por medio del condicionamiento social…
Llegadas las 16:00, entré a la cafetería, y ya
Pedro estaba allí esperándome. Como siempre tan sereno y acogedor en sus gestos
y su mirada. Después del saludo, no pude evitar hacerme mentalmente la pregunta
¿Cómo he podido pasar tanto tiempo sintiéndome tan sola y lejos de personas tan
maravillosas como él, como Trínity? Personas en total resonancia con mi
corazón.
Le comenté mis reflexiones con relación a la
comida familiar; no hizo más que completarme y nutrirme con sus palabras.
―Despertar es un proceso sin fin, puede ser duro,
a veces triste hasta que lo aceptas y te entregas. Comprendes y dejas de
resistirte. «Dijo Pedro».
―Sí, es lo que comienzo a sentir. Lo único que
anhelo es seguir avanzando y de vez en cuando ayudar a otros a conseguir lo
mismo. Estoy disfrutando de acciones tan sencillas como tomar un café, la
lluvia, una buena conversación, un rato a solas... todo es provechoso.
―A partir de la aceptación del conocimiento de la
verdadera realidad, todo fluye.
―Nunca mejor dicho: todo fluye porque he dejado de
ser una víctima y de sentir que todo está en mi contra. Y el truco o la trampa
del juego, es que ya no existe en mi mente el "programa que procesa dichos
archivos", por muchas “carpetas” que me lleguen a partir de
cualquier interacción; yo las proceso con un programa nuevo en mí, y el
resultado es distinto, ya no me engancho en fricciones ni conflictos con nadie,
sea cual sea la intención.
―Dejas de ser tú misma, tu peor enemigo.
―Sí, es como sentirse una estrella brillante, pero
camuflada de anonimato, saber que estoy más sola que nunca, sin sentir nunca
más la soledad, el tiempo es mío, sin presiones, siendo imposible que lo
desaproveche, respiro relajada, pues no tengo prisas.
―Sumergidos en una aventura máxima. «Concluyó
Pedro».
Pedro me cogió las manos con naturalidad, para mí
aquel gesto significó el cierre y asentamiento de un paso más en mi andadura de
actualización cognitiva y de consciencia. Aquello sobre lo cual reflexionaba ya
no era un concepto, una teoría; ahora era parte activa de mi condición humana.